Hacía cinco días que obligaba a mi memoria al difícil trabajo de la recordación.
Difícil para mí, que ya tengo ochenta y cinco años.
Hamacándome en mi sillón de mimbre, lento en mis movimientos, frotando mis sienes con mis viejas manos, trato que mi alma invite a mi mente a una evocación lejana. Tan lejana que apenas guardo una reminiscencia de ella.
Se que era niño, tengo una débil, pero creo acertada, remembranza de ello.
Pensarás que no tengo otra cosa que hacer, y estas en lo cierto.
A mi edad, cada vez con más frecuencia, me entrego a la rememoración de lo que viví. Sobre todo a mis épocas de niño.
Ese tiempo donde envejecer era una utopía.