26 abril 2010

Donde habito

Girando la llave hacia la izquierda ya siento la proximidad de mi casa, apenas detrás de la puerta.
Me gusta imaginar que se abre mágicamente invitándome a pasar.
Ya en el interior, dejando atrás todo peligro, en el pequeño hall aparece una pieza romana colgando de la pared.
Frente a mí, una abertura me invita a entrar a la cocina, situación que me pone bastante nervioso, ya que no acostumbro cocinar. De no ser por el pequeño canario mecánico que me saluda al chisquiar mis dedos, nada mas me llama la atención de ese lugar reservado solo para situaciones de compañía.
Girando a mi derecha entro en un pequeño pasillo, sobre ambas paredes, conviven fotografías de viajes que minuciosamente he colocado para no olvidar que existe un mundo allá afuera.
Antes de llegar a la diminuta mesa donde habita el teléfono, acompañado de una cuadrito donde mi mejor amigo y yo estamos abrazados, aparecen dos monedas antiguas.
Le sigue un cuadro de Michelangelo “la creación de Adán”, curiosa perspectiva del hombre unido a Dios. Entre el primero y el segundo cuadro de un tal Claude Monet, se ilumina una ventana fija cuya luz penetra desde la cocina.
A noventa grados nace la otra pared, sostenida por un cuadro desconocido que deja ver, a través de su vidrio, unas hojas color púrpura.
Seguidamente un bastón de caña, que ahora se pierde en mi habitáculo pero en otros tiempos supo sostenerme en una caminata interminable de setenta kilómetros, descansa.
Sobre el piso, una mesa de madera económica, deja reposar sobre su lomo una vieja Rémington, muda e imperturbable, la cual se adueña de todas mis esperanzas de ser escritor…esperándome.
Detrás de mí, emerge desde la base un placard que guarda celosamente mi ropa.
Bajando un escalón, me encandilan las botellas de whisky, haciendo suyos reflejos de claridad que ingresan desde el ventanal que da a la calle.
Con una medida generosa de Jack Daniels en la mano miro hacia el balcón que alguna vez supo volar, y aparecen cientos de ventanas ajenas a mí.
Pisando el segundo nivel, esta mi escritorio escoltado por dos impresoras.
Sobre su tapa un reloj, varias fotos entre las que se destaca la de mi padre, una pequeña pelota naranja, una flor hecha con papel de cigarrillo y un maravilloso árbol de alambre.
Antes de llegar al ventanal, la televisión escupe colores y sonidos.
Detrás mío la cama invita, no se a que, pero invita; la observa un tapiz que cuelga de la pared.
El ventilador es un habitante más de esta casa.
Sobre la silla del escritorio me veo a mí, escribiendo, no quiero interrumpirme así que me voy a dejar solo.
Recostado sobre mi cama, me fui en un sueño a otra parte.