Se despertó temprano, más temprano que de costumbre, cruzó despacio el corredor hasta llegar a la puerta del baño. Ya adentro se miró en el espejo y sonrió, faltaban solo dos horas para verla.
Ella no durmió, o al menos tuvo esa sensación; generalmente las personas duermen aún en la noche más tensa. Sabía que iba a ser un día especial, único e inolvidable.
Todo estaba programado.
La cita era en el parque, debajo del viejo árbol. El llegó primero, como todo caballero, se sentó junto al viejo macizo y esperó, como quien espera seguir soñando luego de despertarse.
Luego de estar quince minutos en trance, se recuperó y prendió un cigarrillo. Eso le daba más confianza.
Ella tomo el camino por detrás del parque, no quería que la viera, tal vez por ese caminar torpe que tienen los adolescentes, y que a ella le daba vergüenza. Rodeó el árbol como escondiendose y lo observó; se estremeció como la primera vez que lo había visto en la escuela.
Sin decir una palabra se abrazaron, acariciándose como si fuera la primera vez…y lo era.
Sentados y perdidos todo fue confusión, la hermosa confusión de no saber, el le quito sus zapatos colegiales, sus medias y acaricio sus pies fríos como el hielo, tal vez por inocencia adolescente o tal vez por la sabiduría de presentir que es un buen camino.
Ella se colgó de sus hombros, se aferró lo más fuerte que pudo, miró sus ojos y lo besó. El se dejo llevar por ella, años mas tarde comprendería que todos los hombres lo hacen por una mujer hermosa.
Se arremolinaron, se mezclaron, se perdieron en el juego de las hormonas, Sudaron, gritaron y por un breve instante adolescente fueron uno.
Mientras ella se ponía las medias, el prendió otro cigarrillo.
En lo alto, las hojas del viejo árbol temblaron, lloraron…el viejo árbol murió…tardara muchos años en caerse, no pudo soportar tanta soledad.
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